Distinciones

En el XXXII Concurso Literario Nacional (27 nov 2010), organizado por la Agrupación Impulso a las Bellas Artes de la ciudad de Ayacucho, el cuento "El Gallo Urbano" ha obtenido el primer premio en su categoría.


(el autor leyendo su cuento ante miembros del Jurado y el auditorio de AIBA.)

El gallo urbano



Algo nervioso anduvo el gallo por la noche. No pudo cerrar un ojo. Por la mañana andaba de un lado al otro, como enjaulado, dentro de las cuatro paredes del pequeño patio. Había perdido el aspecto arrogante de varios años atrás. La cresta roja se hamacaba blandamente sobre su cabeza y el plumaje se encontraba descolorido. De rojo intenso a ladrillo lavado. Como lloviznó durante toda la noche tenía miedo de dormirse y no estar a punto a la hora de cacarear. Desde que le instalaron la luz de seguridad que se encendía con la oscuridad, había perdido la referencia de los horarios. Por eso estaba nervioso, aunque había algo más en el ambiente que lo inquietaba. Dando vueltas por el patio lo descubrió con rapidez. Un viejo chimango gritaba suavemente “chii…chii…” para llamar la atención del gallo y con ganas de charlar un rato. Había llegado con la llovizna y se había resguardado bajo el alero de chapa. Sus plumas de color pardo claro lucían desordenadas y, alguna, despuntadas, obra del tiempo y los últimos viajes, seguramente. Otras, casi blanquecinas, le marcaban un buche flácido, característico de una dieta obligada de varios días. Las garras de sus patas lucían tan gastadas como el pico.
- ¡Ah! ¡Era usted! Parece que se ha alejado bastante de su querencia, amigo – le dijo el gallo cordialmente. El viejo chimango, expandiendo sus raídas alas, le respondió en el mismo tono.
- Sí. Ando medio perdido. No sé cómo viene a parar aquí. Ayer andaba haciendo mi trabajo en la playa ¿vió? A lo que el gallo sorprendido la preguntó:
- ¿En la playa? ¿Y qué andaba haciendo por la playa?
- Todo por culpa de la soja. Ya no hace falta que nos espanten a tiros de escopeta. Nos vamos solos. Con tanta fumigación no ha quedado comida. Ninguna osamenta. Cuando vemos pasar el avión corremos hacia cualquier lado. ¿Vio?
- ¿Y así terminó en la playa? – le inquirió el gallo, manteniendo sus sorpresa.
Y, sí. Cuando se acabó la carroña del campo, los pequeños bichos tuvimos que emigrar a cualquier parte. El viento nos llevó hacia la playa. Allí competimos con las gaviotas. Por los pescados que llegan a la orilla. ¿Vio? Pero no es lo mismo. No estamos acostumbrados a esa comida. Y, menos, acostumbrados a estos pájaros. ¡Son un espectáculo para ganarnos de mano! - Se acomodó un poco la cola y continuó con su explicación.
- Ahora me vine a la ciudad. Siempre encuentro alguna bolsa abierta en los cestos de basura. A los que no soporto son a los niños preguntando a sus padres por nosotros. ¡Nunca han visto un chimango! Hasta creo que tampoco un pollo. Están convencidos de que vienen en bolsitas congeladas con las patas cruzadas. ¿Vió?
El gallo escuchaba con atención. Un par de teros sobrevolaba el barrio gritando con sus chillidos estridentes. Fue el gallo el que habló:
– ¡Estos también están confundidos! Ahora gritan después de la lluvia. Ya no saben avisar cuando se viene el agua.
Los teros terminaron aterrizando en el patio.
- ¡Hola! ¿Cómo andan? ¿Cómo se ven las cosas desde arriba? -. Les preguntaba el gallo con algo de ironía.
- Igual que siempre - le respondió uno de los teros. – Veo que tenemos compañía.
- Sí. Chimango. Teros -. Fue la cortés presentación del gallo. – Como ustedes y como yo, terminamos en la ciudad aumentando la confusión general.
- Vaya si hay confusión – dijo el otro tero que hasta este momento se encontraba callado.
– Ponemos los huevos en un lado y no sabemos dónde cantar. Cuando nos alejamos un poco, los perros se comen los huevos en un formidable festín. Si me preguntan por la familia, les diré que hace rato no sabemos lo que es tener pichones. Así, en poco tiempo, no se van a escuchar más nuestros gritos.
- Y a usted ¿cómo le va? - le preguntó secamente el chimango al gallo.
- No sé si mejor que a ustedes. A la hora de mi canto no doy pie con bola. Lo hice varias veces temprano y me cascotearon desde el edificio vecino.
- Y bueno, hombre, - le dijo el chimango – cante cuando esté seguro de la hora.
- Sí. Eso es lo que hago. Antes, en el gallinero del campo, cuando amanecía, comenzaba a cacarear. Ahora al sol, lo veo recién después del medio día, cuando se asoma por encima del edificio de enfrente. Si canto muy temprano, me surten. Si lo hago más tarde, no me oyen por el ruido de los autos. Si canto muy tarde, soy boleta.
- ¿Boleta? – le preguntó uno de los teros con seria preocupación.
- ¡Claro!, Canto, entonces, cuando veo salir las palomas. A la misma hora, bastante temprano, antes de apagarse la luz de seguridad, el palomero las suelta y, luego de un tiempo, las hace bajar revoleando las banderas arriba del techo. Al momento en que salen todas las palomas es cuando aprovecho -. Así explicaba el gallo su rutina cotidiana. Tomó un poco de aire y siguió:
- Ya estoy viejo para “pisar” gallinas y muy confundido para marcar los tiempos de la gente. Así que, disimulando un poco, hago mi canto cotidiano como si supiera. De lo contrario, soy candidato a la cacerola, aunque algo duro para un buen puchero.
- Bueno, amigos, me voy – dijo el chimango – En otro momento, volveré a saludarlos. Vamos a ver si consigo algo para comer. En este barrio está todo muy limpito. Y hoy es día de basura reciclable. Papeles y esas cosas…
- Chau, chau – dijeron todos -. Los teros iniciaron su vuelo con sus gritos agudos. Dieron un par de vueltas sobre el patio, tomaron altura y se perdieron en la manzana vecina. El chimango ya había desaparecido.

El gallo se quedó sólo. Esperaba que soltaran las palomas para su diario cacareo.


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En el certamen literario "Bodas de Plata del Taller Literario Espacio de la Palabra" (17 de septiembre 2010) el cuento denominado "PALABRAS EN EL AGUA" ha obtenido el tercer premio.

Palabras en el agua

¡Mamá! ¡Mamá! Era lo que creía entender María Marta. Entonces, buscó un lugar por donde cruzar hacia el otro lado.

Casi diez años han pasado desde aquella vez. El recuerdo la llevaba, de tanto en tanto, a darse una vuelta por el arroyo. Esta vez era distinto. Iba acompañada de un joven alto y delgado. Caminaban con los brazos tomados por la espalda. Para cualquiera que los mirara le podría parecer que lo hacían en silencio, aunque las sonrisas y los ojos brillantes en sus rostros, eran la muestra inequívoca de un diálogo profundo y afectuoso entre dos seres que se amaban.

María Marta estaba orgullosa de Omar. De sus avances, de su progreso, de su cariño. Cuando llegaron al remanso, donde el arroyo doblaba bruscamente y se formaba un gran espejo de aguas cristalinas, se sentaron sobre el pasto. No se percibía el movimiento de la corriente. Quieta y suave, se armonizaba con el perfume de las plantas y el aire puro de la tarde. En silencio, observaban el reflejo de los álamos plateados. De a poco, se incorporaron a la escena otros objetos: árboles que hoy ya no estaban, como el piquillín y las acacias, las gramillas verdes y las cortaderas y, en el fondo, el viejo rancho destartalado y sin techo. Y en la orilla, el niño.
Había pasado mucho tiempo. María Marta, como todos los días, se dirigía a la escuela del campo a buscar a sus hijas, por un sendero, no muy largo, marcado por el paso de la gente y de algunos animales. Era un día hermoso y soleado al principio de la primavera e invitaba a caminar. Cuando su pequeño cachorro Robinhú torció hacia el arroyo, a la izquierda del sendero, ella lo siguió. Lo llamó varias veces al no poder acercarse a la orilla por el terreno cenagoso. Fue, entonces, que lo vio. La figura de un niño, no muy alto, delgado y sólo vestido con un rotoso pantalón y una sucia remera. Inclinado sobre el agua jugaba con ella. Como haciendo burbujas. Se mantuvo en silencio para pasar desapercibida y miró el cuadro. El niño elevaba su cabeza y registraba las minúsculas ondas que se multiplicaban a lo largo del remanso. Al sentirse observado, se dio vuelta y, corriendo, se escabulló entre los pajonales. María Marta, sorprendida, llamó a su perro y siguió camino a la escuela.A partir de entonces, cada vez que podía, se acercaba hasta el arroyo. Agazapada, pudo ver al niño en la misma posición de siempre, haciendo sus mágicas burbujas. Levantaba su cabeza, miraba los círculos creados hasta que se deshacían en la otra orilla, propagándose en aros múltiples e interminables. Se hincaba en el piso y, otra vez con su cara pegada sobre la superficie, soplaba produciendo su juego progresivo en el remanso. Era su dueño. Sobre él escribía los pensamientos, expresados en la construcción de distintas figuras. Repetía el movimiento una y otra vez y observaba. Hasta el momento de retirarse no hacía más que crear esos círculos perfectos que danzaban hasta desaparecer sobre ese espejo sereno donde el agua aquietaba su curso.
La escena parecía inocente. Era el juego de un niño y el contacto con su arroyo. María Marta preguntó en la escuela si alguien lo conocía, o a su familia, justo allí en el recodo del riacho. Si alguien habitaba esa vieja casa que se caía a pedazos. Ninguna noticia. Nadie sabía nada. Alguien había visto el rancho abandonado, pero nada más. Se recordaban historias antiguas pero no agregaban ningún dato a lo que María Marta había descubierto. Volvía al remanso cada vez con mayor preocupación. El niño, ese ser sin nombre y sin familia, se transformó en obsesión. Advirtió lo difícil que resultaba acercarse a la orilla, siempre inundada o con el piso blando y fangoso. Más abajo, donde se angostaba, las acacias, las enredaderas y el duro ramaje del piquillín impedían caminarlo fácilmente. Deseaba acercarse a él sin asustarlo. Algo había qué hacer.
Una tarde, a la vuelta de la escuela, con sus hijas tomadas de la mano y cantando a viva voz, el eterno acompañante Robinhú, se detuvo en forma brusca y comenzó a ladrar dirigiendo su mirada hacia el arroyo. Al acercarse pudieron ver una alta columna de humo. “Es el rancho”, se dijo para sí misma y comenzó a correr. Las niñas lo hacían detrás gritando sorprendidas por tanto apuro. Al llegar, el niño estaba ahí, en la otra orilla, de pie, asustado, gesticulando como pidiendo ayuda. Ella, desde el otro lado, intentaba tranquilizarlo con sus palabras. Él parecía no escuchar. Fue entonces, cuando se agachó, metió su cara en la serenidad del remanso y sopló fuertemente dos veces. Levantó su rostro y dirigió sus ojos desesperados a María Marta. Y volvió a repetir los movimientos. Dos veces más. Fuertemente. Y dos anillos comenzaron a trasladarse multiplicándose en el agua hasta llegar a la otra ribera. Y otra onda. Y dos más. Claras en el agua mansa y serena de esa tarde. Grandes, pidiendo auxilio.
¡Mamá! ¡Mamá! Era lo que creía entender María Marta. Entonces, buscó un lugar por donde cruzar hacia el otro lado. Cuando el perro se lanzó, ella lo siguió y comenzó a andar. Resbalando sobre verdín de las piedras y con el agua en la cintura, logró atravesarlo corriendo hacia el niño. Lo abrazó. Con su pañuelo lo arropó. Le decía cosas, le hablaba. El niño, totalmente asustado, sólo emitía un leve y dolorido quejido. Lo besaba y trataba de calmarlo. Sólo entonces comprendió que no hablaba.

Luego de un largo rato de estar sentados en la hierba se levantaron. Omar, con sus gestos, le explicaba sobre su estudio, con sus manos hablaba de sus cosas, de lo bien que se encontraba. Sus ojos se cruzaron con los de María Marta. Y, en medio de esa sonrisa, se agachó, apoyó sus manos en la tierra húmeda y con su cara sobre el agua sopló fuertemente un par de veces. Y, luego, otras veces más.
¡Mamá! ¡Mamá! Era lo que ella entendía. Las lágrimas, que volvieron a escaparse, no pudieron ocultar su alegría.-


5 comentarios:

  1. Me gusta,lograste crear el clima y conmueve.
    Un abrazo. mak

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  2. Altamente descriptivo tu mensaje, para devorarlo con la lectura buscando ese abrupto final. Felicitaciones. JC

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  3. Un 8 en descripción, un 9 en narración y el 10 en sensibilidad y ternura.
    Nos das un paisaje a donde ir en tiempos libres.
    Joan

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  4. Sí que lo leí querido Walter.............
    maravillosa narrativa donde claramente el gallo puede representarme en este momento de mi vida.....donde muchas veces me encuentro solo y confundido por el abusivo avance de tanto pseudomodernismo y confort (?), con una soja como monocultivo que nos hace cada vez mas dependientes, un chimango que se queja de la falta de alimentos haciendo alusión a la pésima distribución que sufre nuestro país en esa materia y hasta los caseros y domésticos teros se quejan de su escasa y acotada libertad
    Walter no soy muy bueno para las interpretaciones pero esto es lo que veo, una elocuente protesta al abuso del avance "humano" de estos días.....espectacular "cuento realidad"
    seguí animándote y dales difusión que son muy buenos.......abrazo de Carlitos Moras

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  5. Horacio: lo que más me gustó del relato son los personajes: campechanos, queribles, llenos de frescura. En cuanto a su aspecto simbólico, creo que la situación del protagonista es aplicable a tantas circunstancias humanas como lectores tenga el cuento. Celebro la forma en que el gallo de tu historia se las ingenia para sobrevivir en un mundo cambiante: una apología de la supervivencia.
    Felicitaciones por este nuevo galardón, y un gran abrazo.
    Adrián Lorea

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